Por la docente de Preescolar Sandra Rivas.
El trato amoroso basado en la confianza, el respeto y el diálogo, es el mejor camino para corregir a los hijos. Un niño es disciplinado cuando se siente bien consigo mismo, cuando se le respeta su forma de ser, se le establecen unas normas firmes y se le reconocen las acciones adecuadas.
El ejemplo es la mejor manera de enseñar, pues los hijos suelen imitar casi todo lo que hacen los padres y obedecer poco lo que les dicen, aquí cabe la consigna «¡hable menos y actúe mas!».
Los límites son necesarios para que el niño se sienta seguro y amado. No fijarlos equivale a soltarlo en la mitad del mundo para que se defienda solo, sin mapas y sin brújula. Los límites demarcan y establecen las normas y reglas de cada familia, definen los derechos y los deberes. Le brindan al niño la oportunidad de discernir entre lo correcto y lo incorrecto, comunican los valores de sus padres y lo que ellos esperan.
De este modo, los adultos deben creer firmemente en las normas que establecen, ser capaces de implementarlas y de hacerlas cumplir con persistencia, compromiso y mucho afecto en el proceso. El objetivo final es lograr que los hijos maduren, se fijen sus propios límites y aprendan a cumplirlos porque comprenden sus beneficios.